Por edad no pude vivir esta época del club, pero en Ecos han publicado este artículo hoy que me ha parecido muy bueno:

http://www.ecosdelbalon.com/2017/12/historia-quinta-del-buitre-real-madrid-espana-revolucion-futbolistica/


LA  QUINTA DEL BUITRE: FUTURO, PRESENTE, PASADO (I)

Pocos momentos provocan en el aficionado al fútbol las sensaciones del camino al estadio. Aun más cuando juegan los dos primeros equipos de la clasificación en un partido altamente anticipado. Ochenta mil personas haciendo el mismo peregrinaje, dirigiéndose a su puerta, abarrotando las gradas, animando al conjunto blanco, líder en la Liga, que se enfrenta a su oponente bilbaíno, segundo y pisándole los talones. Los merengues llevan toda la temporada impresionando con su juego, y los leones no le andan a la zaga. El partido es de poder a poder y el Bernabéu, absolutamente lleno, disfruta a pesar de que los locales no cuentan con dos de sus mejores centrocampistas. Esa temporada es mágica para los madridistas, que a 3 de diciembre no solo son primeros sino que ya han eliminado de la Copa del Rey al Betis. Pocas semanas antes el buen juego de los locales metió 60 mil espectadores en el coliseo blanco para un derbi madrileño. En la eliminatoria contra el Betis y en un partido contra el Deportivo la gente también responde en grandes cantidades. El momento clave llega en un saque de falta cabeceado a la red por el menudo delantero madridista, ese del que todos hablan maravillas y que no hace tanto fue muy alabado en la prensa. El equipo vuela y con él la imaginación de una afición que siempre exige cotas mayores. Estos chicos serán clave en el futuro del primer equipo más pronto que tarde.

Efectivamente, el futuro. Porque el presente, ese 3 de diciembre de 1983, es un partido de Segunda División. El filial del Real Madrid, el Castilla, finalista de Copa hace tres años, es ahora líder de la categoría y se enfrenta a un Bilbao Athletic repleto de buenos futbolistas que ya alimenta a su equipo mayor, el conjunto dominante del fútbol español en esa época. El Betis, un primera, había caído ante los castillistas en Copa, y sesenta mil almas se juntaron en el Bernabéu para verles jugar ante el Atlético Madrileño, filial rojiblanco. Faltan dos de los mejores centrocampistas del equipo, Sanchís hijo -pasará un tiempo antes de que pueda deshacerse de la coletilla- y Martín Vázquez, que han viajado a Murcia para debutar con el primer equipo, pero todavía está Míchel en la banda derecha, el diablillo Pardeza en la izquierda -recibiendo entradas criminales de Bolaños- y el autor del gol de la victoria, Emilio Butragueño, el Buitre, en la punta del ataque. Apenas tres semanas antes, el 15 de noviembre, Julio César Iglesias les había bautizado como la “Quinta del Buitre”. Por aquello de tener todos la misma edad, pero al mismo tiempo refiriéndose a esa quinta velocidad que tenía Emilio. En aquella época casi todos los coches tenían cuatro velocidades, así que la quinta era algo así como un extra. Pero ya habrá tiempo de hablar de ese tema.


¿DONDE SE CRIA LA QUINTA?

Los inicios de los 80 en España fueron una época curiosa e interesante en casi todos los ámbitos. El país daba pasitos de recién nacido en su nueva condición de democracia lo que conllevaba, como con todos los bebés, algún que otro tropezón –¡se sienten, coño!– y modelitos cuanto menos señalables, como aquellas chaquetas de pana que nuestro flamante presidente socialista lucía con el mismo orgullo con que su segundo al mando llevaba las gafas estilo chica del “Un, Dos, Tres”. Son etapas de la vida y hay que pasar por ellas. Futbolísticamente esos primeros años de la década supusieron también una ruptura con lo anterior, ya que dos equipos vascos, la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao se tornaron dominadores del balompié patrio. Con un fútbol aguerrido, físico -no mucho más que la media española, vamos a romper ya ese mito- y no exentos de calidad, los de Ormaetxea y Clemente firmaron cuatro años de impasse en el tradicional dominio madridista, lo que unido a un Atlético de Madrid que ya no era el mismo que en la década anterior creo, una vez mas, un escenario casi inédito en otro ámbito de la vida española. Caso aparte era el Barcelona, a quien nunca faltó el dinero y que bajo la dirección de su nuevo presidente José Luis Núñez estaba dispuesto a hacer saltar la banca y seguir trayendo a las más rutilantes figuras del fútbol internacional, como era tradicional del club. Así pues, desembarcará Schuster y también Maradona, tomándole el relevo a Krankl y Simonsen. Quini, goleador de categoría, cambiará su amado Molinón por el Camp Nou, pero los resultados en Liga no llegarán hasta el mandato de Terry Venables, un técnico británico sin la cabeza de ladrillo de Weisweiler o Lattek. De entrenadores tampoco fueron nunca faltos los blaugranas. Esta época del fútbol español coincidió con nuestro Mundial, donde esta mezcla de caracteres que iban desde el aguerrido Camacho, hasta el pequeño diablo López Ufarte pasando por Arconada, José Ramón Alexanko, Juanito, Santillana, Quini, el inclasificable fenómeno que era Gordillo y la clase de Zamora en el medio del campo, parecieron abocados al fracaso desde el principio, aplastados por la presión de la cita y su propia falta de nivel en un campeonato en el que, precisamente, sobró calidad y equipos de categoría.

En este ambiente el Castilla, equipo filial del Real, vivió sus años dorados. Ya en el año 80 sorprendió a propios y extraños con su extraordinaria andadura en la Copa del Rey. Un equipo en el que sólo Ricardo Gallego -y el portero Agustín en cierto modo- llegaría a hacer carrera en el primer equipo se plantó en la final eliminando a cuatro equipos de Primera División. Y no unos cualquiera, además del Hércules, el Athletic de Bilbao, la Real Sociedad que no tardaría en ganar la Liga dos años seguidos y un Sporting de Gijón que contaba con Quini, Maceda, Cundi o Ferrero, un conjunto de campanillas en la época. Así pues, los castillistas se plantaron en la final, algo que nunca será igualado, donde sucumbieron ante el primer equipo en una fiesta totalmente blanca en el Bernabéu. Aun así, el gran aporte del Castilla durante la década todavía estaba por llegar. Entre el año 81 y el 85 dará a luz a un grupo de jugadores que cambiará el fútbol español, no solo por su manera de jugar sino también a nivel cultural y mental.


LA QUINTA, EL FUTURO

En aquel horno a fuego lento que era el filial, ninguno de los componentes de esta generación pasó tanto tiempo como Míchel, nombre futbolístico que será pronunciado de mil maneras por locutores de todo el mundo, y que será el primero en debutar en la máxima categoría del fútbol nacional. Fue en circunstancias especiales, durante una huelga de futbolistas que obligó a los filiales a jugar en una jornada de Liga. Como si tuviese que ir marcando territorio, Míchel anotó el gol de la victoria de su equipo. Tardaría algo más de dos años en volver a pisar esos pastos, algo que le frustró, consciente de la calidad que atesoraba. Su pierna derecha era un guante y se sentía en casa jugando como centrocampista diestro, aunque lo veremos de lateral, de interior e incluso de líbero.

Con Míchel llegó al Castilla un menudo delantero centro que se convertiría en el yerno ideal de todas las madres de España. Pelo rubio y rizado, ojos claros y, quiero pensar que olía de maravilla, aunque solo fuese porque su padre tenía una perfumería. Estudiante en un prestigioso colegio madrileño y madridista de cuna. Emilio Butragueño, un as dentro del área, capaz de librarse de sus marcadores en los espacios más cortos y con una habilidad natural para rapiñar goles en el área. Con ese apellido y ese don, el Buitre había nacido y ni él mismo se imaginaba lo que representaría durante la siguiente década. Tras marcar 40 goles en el filial, Alfredo di Stefano le dio la alternativa en el primer equipo en la temporada 83-84 y ya nunca miró atrás. A Míchel y el Buitre, ya para la posteridad pareja de baile, dúo artístico, se les unió en el 82 un menudo extremo onubense, rápido como él solo y que iba a recibir las peores patadas de todo el grupo. Miguel Pardeza era el complemento de Butragueño en ataque, el recurso del Castilla cuando no había recursos, como lo había sido Paco Gento décadas atrás para el Madrid de las Copas de Europa. “Si no sabes qué hacer, dásela a Miguel, él se irá por velocidad, inventará algo o recibirá una tarascada y forzaremos una falta”. Pardeza nunca se consolidará en el primer equipo, pero tendrá una destacada carrera como jugador profesional.

En la 83-84, pasan fugazmente por el filial madridista los otros dos componentes de la futura Quinta. Como un visto y no visto, Manolo Sanchís hijo y Rafael Martín Vázquez, llegan, aportan su tremenda calidad a un Castilla histórico, y suben al primer equipo. El primero un centrocampista que también puede jugar de central, con calidad para jugar la pelota y carácter. Siempre con la camiseta por fuera del pantalón, sus subidas al ataque, en el estilo de los mejores líberos, le verán convertirse en uno de los jugadores que más veces se ha puesto la camiseta blanca -y uno de los más laureados-. Será tan grande que conseguirá algo muy poco común: que su padre, famoso jugador madridista y campeón de Europa, pasase a ser simplemente eso, el padre de Sanchís. Vázquez, que era su nombre futbolístico por entonces, era el jugador del que todos hablaban maravillas. Joven prodigio del mediocampo, demostró su calidad en torneos internacionales con los juveniles del Madrid y las categorías inferiores de la selección española. Con una visión de juego fantástica, aglutinaba también las características de los clásicos centrocampistas de la década anterior, con un buen despliegue en el campo y capacidad para jugar en corto y en largo. Le costó adaptarse, fue discutido, pero su calidad acabó por darle el status que merecía. En el segundo plano se movía con comodidad y así, en segundo plano, quedó el hecho de que también a él fue el mismo Julio César Iglesias el que le cambió el nombre. El periodista recordó que había habido un torero de nombre Rafael Martín Vázquez y le pareció adecuado incorporar el primer apellido. Rafael pasó a ser nuestro GigirivaMartinvázquez.

El fútbol nunca fue tan físico como en ese comienzo de la década de los ochenta.

Como ya habíamos dicho, estos primeros ochenta fueron años de contradicciones para el club blanco. Corto de dinero y de talento en muchos casos, el club no olió una liga durante la época de dominio vasco y, para colmo, tampoco después porque el Barcelona de Venables se impuso en el campeonato del 85. Pero con un equipo en el que destacaban los jugadores raciales como Camacho, Stielike o Juanito -estos dos últimos muy buenos jugadores, debemos añadir, más allá de lo volcánico de su carácter-, el ariete Santillana y el portero que tocase, fuese Miguel Ángel, fuese García Remón, se las arreglaron para llegar a una final de la Copa de Europa, aquella de 1981, donde plantaron cara al gran ogro europeo de la época, el Liverpool de Bob Paisley. El año anterior solo una desafortunada noche en Hamburgo les había privado de disputar la final en el Bernabeu. El Madrid era un noble de buen linaje venido a menos, pero todavía conservaba uno o dos buenos trajes para las grandes ocasiones. Más decepcionante fue la terrible final de la Recopa del 83, en Goteborg, donde en un partido malísimo fueron batidos por el correoso Aberdeen de Alex Ferguson. Para el inicio de la temporada 84-85, los madridistas competían en la Copa de la UEFA, un torneo de un nivel tremendamente alto, por la cantidad de equipos competitivos y por la duración del torneo, un mata-mata de seis rondas donde errar normalmente se pagaba con la vida. El Madrid, eso sí, se saltará esta máxima varias veces de manera milagrosa en el siguiente bienio.

El fútbol de los ochenta era abrasivo. Invadido por los residuos del fútbol total -todavía había equipos que lo perseguían o que lo habían modificado a su manera-, con una importancia capital del juego sin balón y con una preocupación por el poderío físico como no se había visto nunca. El marcaje al hombre seguía vivito y coleando y la violencia era parte inexcusable del juego. Seguramente el dominio inglés, italiano y alemán ayudó, claro. En todo caso la afición se dividía entre los artistas como Zico, Maradona o Platini con sus regates inverosímiles y su excelente toque de balón y los no menos efectivos y espectaculares Rummenigge, Elkjaer Larsen o Briegel, con su velocidad endiablada, sus cañones en cada pierna y sus pulmones para exportar. En el caso de Chamartín, todo solía acabar en la cabeza de Santillana, previo pelotazo o jugada de Juanito –que la prepara y Santillana mete goltonadilla clásicadel coliseo blanco-. Y ahí es donde los chavales de la Quinta, aquellos de los ochenta mil en el Bernabéu en Segunda División, hicieron su entrada.

Los blancos iniciaron la temporada con una mezcla de veteranos y noveles, nada más propio, y con intención de recuperar el título liguero. Cuatro de los cinco componentes de la Quinta eran ya miembros del primer equipo -aunque Martín Vázquez, junto a Pardeza, se pasó una parte de la temporada haciendo el servicio militar-. Seguían las viejas glorias en el equipo, Chendo ocupaba el lateral derecho, Gallego se había hecho fijo en un medio del campo donde no se acababa de asentar el talentoso Juan Lozano, y arriba llegaba también ese año un espigado delantero argentino llamado Jorge Valdano. En el banquillo Alfredo di Stefano dio paso al padre de la Quinta, Amancio Amaro, que subió del Castilla pero nunca fue capaz de reproducir su éxito del filial. El Madrid empezó mal el año y siguió siendo irregular en el campeonato de Liga, que fue a parar al Barcelona, al que Terry Venables sacó de una sequía de más de una década. El Madrid acabó quinto, incluso superado por un buen Sporting de Gijón. Amancio fue cesado faltando una jornada. Tras un año en el protagonizó unas cuantas anécdotas interesantes, como aquella de bajarse los pantalones en White Hart Lane, mostrando las cicatrices de las tarascadas que recibió como jugador para infundir valentía a sus jugadores, o el incidente en Milán donde descubrió a Juanito y Butragueño con compañía femenina antes de un partido contra el Inter. El gallego brujo dejó el equipo con la misión cumplida de haber servido de puente para la integración de sus polluelos del Castilla en el primer equipo. El hombre que le sustituyó fue el apagafuegos de la Casa Blanca, Luis Molowny. “El Mangas” llegó a tiempo para levantar el poco prestigioso trofeo de la Copa de la Liga ante el Atlético y también para culminar una histórica trayectoria en la Copa de la UEFA, qué será la gran narrativa de esta temporada merengue.

El Real Madrid encontró en la UEFA una forma de revivir y crear sus grandes noches europeas.

Tras liquidar al Wacker Innsbruck austríaco y al Rijeka yugoslavo -el día que un jugador mudo fue expulsado del Bernabeu- en los dos primeros cruces, el sorteo puso al Madrid ante un equipo imponente en los octavos de final. El fútbol belga vivía su época dorada y el Anderlecht era su mejor exponente. El Madrid recibió una buena lección en el Parc Astrid, especialmente en la segunda parte, donde fueron incapaces de contener a Frank Vercauteren, que fue un puñal en la banda derecha belga y especialmente a un jovencísimo Enzo Scifo, que había tomado el relevo del madridista Lozano como cerebro de “les mauves” y mandó en el partido como si fuese un veterano de mil batallas. El 3-0 parecía liquidar la eliminatoria y casi casi la temporada blanca.

Pero en el Bernabeu, convertido en una olla a presión, el Madrid salió convencido de la remontada. Atacar, atacar y atacar era la receta y a la media hora la eliminatoria estaba igualada. Sanchís no dio apenas tiempo para asentarse en el campo a los belgas, marcando en el minuto dos. Butragueño, esta noche sí titular, comenzaba su primera gran exhibición con un gol en el 16, mientras Valdano añadía un tercero en el 30. El Bernabéu enmudeció por unos segundos cuando el joven danés Per Frimann marcó el 3-1, dando algo de aire al Anderlecht. Pero apenas cinco minutos más tarde Valdano, que jugaba en un tridente con el Buitre y Santillana, les vacunaba por cuarta vez. En la segunda parte, recital de Butragueño, que añadió dos goles más a su cuenta, cerrando un 6-1 histórico que dio la vuelta a Europa. No es nada exagerado decir que en aquel momento el Anderlecht tenía más caché que el Madrid en Europa y verles caer de esa manera mandó un aviso al resto de conjuntos y al propio vestuario blanco: se podía volver a ganar en Europa. Como ya habíamos dicho, la Copa de la UEFA era un torneo durísimo, y en cuartos de final el campeón en título, los ingleses del Tottenham, con Glenn Hoddle y Osvaldo Ardiles a la cabeza, se cruzaron en el camino del Madrid. Fue una eliminatoria muy cerrada y muy dura, de ahí la anécdota de las cicatrices de Amancio. El Madrid la superó con un solitario gol para llegar a semifinales y medirse con otro hueso, el Inter de Milán. En Italia, los interistas liderados por Rummenigge sometieron al conjunto madridista. Su defensa, con un joven Zenga en la puerta y los rocosos Bergomi, Beppe Baresi, Marini y Mandorlini por delante cerró el partido a cal y canto. Liam Brady y Alessandro Altobelli hicieron el resto. 2-0 y la perspectiva de un cerrojazo en Madrid que había que hacer saltar. Lo hizo el Madrid, sin Butragueño, y con un Santillana en modo héroe, marcando dos goles con Michel añadiendo el tercero.

Tras los últimos cruces, el rival de la final pareció un pequeño regalo. Los húngaros del Videoton, un conjunto sin figuras que se abrió pasó hasta la final -dejando en el camino a Dukla, PSG, Partizan y Manchester United entre otros-, no fueron rivales y el 0-3 que el Real Madrid consiguió en la ida en Hungría selló el triunfo en la Copa de la UEFA. El primer título europeo que volaba al Bernabéu desde la lejana Copa de Europa ganada al Partizan.

Ese verano de 1985, con Ramón Mendoza ya como presidente, el Madrid da un salto de calidad enorme. El necesario para recuperar la Liga y, viendo la prometedora generación que la cantera le había brindado, aspirar a más en Europa. Con el ascenso de Pardeza al primer equipo, la Quinta jugará completa en Primera y además solo hay una baja importante, la de Uli Stielike. Todos los demás siguen. Pero serán tres fichajes los que acapararán toda la atención: Antonio Maceda, Rafael Gordillo y Hugo Sánchez, tres figurones a los que el mexicano bautizará como la “Quinta de los Machos”. Sería como fichar hoy a Hummels, Alaba y Lewandowski de una tacada. Maceda venía del Sporting de Gijón, y era un líbero con una clase como había pocos. Se había consagrado en la Euro 84 con su colocación, y su capacidad para sacar el balón jugado e incorporarse al ataque. Estaba llamado a ser el líder de la zaga. Hugo Sánchez venía del Atlético de Madrid y llegó con no poca polémica. Era un goleador de área, genio del remate a un toque. Había comenzado de extremo y le veremos caer hacia esa zona durante el quinquenio mágico del equipo en la segunda mitad de los 80. Tenía una zurda que era un cañón y carácter para enfrentarse a todo y todos. Con él el Madrid completaba un ataque que reunía todos los perfiles imaginables. Sería el mejor complemento para el Buitre. Por último, “el Gordo”, que llegaba del Betis ya con 28 años y mucha experiencia. Un jugador que hizo de la banda izquierda el salón de su casa. Normalmente catalogado como carrilero izquierdo, podía ocupar cualquier posición en esa banda y será, tácticamente, el jugador más especial y decisivo de ese equipo. Llegaremos a eso.

La segunda de la Copa de la UEFA selló el final de la primera etapa de la Quinta.

Con Molowny al mando, y con un once tipo en el que Ochotorena y Agustín compartieron la meta, con Chendo, Sanchís, Maceda y Camacho por delante, Gallego, Míchel y Gordillo en el medio y Hugo Sánchez, Butragueño y Valdano arriba, el Madrid arrasa en la Liga. Once puntos de ventaja al Barcelona subcampeón de Europa. Hugo es el máximo goleador, Valdano el mejor jugador y Míchel el mejor jugador español. Martín Vázquez entra poco a poco en un centro del campo en el que las posiciones dejan de ser fijas, con Míchel metiéndose muy al medio y Gordillo haciendo un poco de todo, que es lo que sus pulmones y su clase le permitían. Todavía hay muchísimos minutos para Juanito y Santillana se confirma con el revulsivo. Los tres de arriba le cierran el paso al veterano favorito del Bernabéu, y Hugo, Valdano y el Buitre se entienden a las mil maravillas, intercambian posiciones y aparecen desde todos los frentes. Son una pesadilla.

En Europa, el campeón de la UEFA elimina a AEK de Atenas y Chernomorets Odessa en las dos primeras rondas. El equipo funciona muy bien, pero una noche de noviembre en Moenchegladbach se da de bruces con la realidad. El Borussia aplasta 5-1 a un Madrid inusualmente timorato, que salió a no perder y lo perdió casi todo. Ese solitario gol de Gordillo valdrá oro, aunque supo a poco ante tal varapalo. Dos semanas después, con el Bernabéu de nuevo encendido esperando una hazaña como las del año anterior, Molowny no se guardó nada. Incrustó a Juanito en medio campo y lanzó a su equipo al ataque. ¿Los héroes?, los mismos que en la remontada contra el Inter seis meses antes: Valdano y Santillana. Dos goles por cabeza y la histórica imagen de Juanito saliendo de campo a botes de pura alegría. Remontar se estaba convirtiendo en tradición.

Pero el equipo gustaba de las emociones fuertes y tras golear al Neuchatel suizo en la Castellana a punto estuvo de ser remontado en la vuelta. A un gol se quedaron los helvéticos de igualar el 3-0 de la ida. De nuevo en semis y de nuevo el Inter era el enemigo a batir. Y como el año anterior había salido una buena película, ¿por qué no repetirlo? El Inter había añadido a Riccardo Ferri a su defensa, un jugador que sería un marcador de élite en Europa durante los siguientes seis o siete años. También a Tardelli en el medio del campo. Y allí seguía el tridente formado por Liam Brady, Alessandro Altobelli y Karl-Heinz Rummenigge. Más el veloz Pietro Fanna en el flanco derecho. Un gran equipo que gracias a dos goles de Tardelli y uno de Salguero en propia puerta se llevaba a Madrid un 3-1 muy positivo. Pero el Bernabéu vivió la enésima noche mágica. Costó abrir el cerrojo italiano, pero Hugo Sánchez lo consiguió al borde del descanso. La segunda parte vio llegar el segundo gol, de Gordillo, que unido al que había marcado Valdano en Milán, clasificaba al Madrid. Pero un penalti de Brady volvía a poner las cosas cuesta arriba. Hugo, de nuevo, marcó para igualar la eliminatoria y llevarla a la prórroga. Ahí surgió la figura de Santillana, que empeñado en ser el protagonista de ambas victorias en la UEFA, se marcó un doblete y liquidó los sueños de los nerazzurri. ¡A la final! Allí esperaba el Colonia alemán, que había llegado a esta instancia mostrando una buena capacidad realizadora, peor sin enfrentarse a ningún rival de verdadera categoría. Tenían cinco internacionales alemanes en el once inicial, entre ellos el gran guardameta Schumacher y los atacantes Littbarski y Allofs. Y a un pequeño diablo saliendo del banquillo, Thomas Hässler. Pero se les cayó el mundo encima en el Bernabéu. Como había hecho el año anterior, el Madrid no les dio opción. Tras curtirse durante todo el año en eliminatorias muy duras, la final fue una fiesta. Hugo Sánchez, Gordillo, un doblete de Valdano y Santillana sellaron un 5-1 que los alemanes no pudieron remontar en la vuelta. El segundo título sella un bienio mágico para el Madrid. No solo porque se vuelve a ganar sino porque deja unos recuerdos y una experiencia que jamás serán olvidados por el club. Pero con ambas Quintas entendiéndose tan bien y una plantilla fantástica, es momento de pedir más. Hay que aspirar a la tan deseada Copa de Europa. Michel y el Buitre disputan su primer Mundial con España en Mexico y el delantero se consagra como una estrella con sus cinco goles y su sonada actuación ante Dinamarca en Querétaro. España queda eliminada en cuartos, pero las perspectivas son brillantes. El futuro es hoy.

Yo si vivi aquella época. Era muy diferente a este fútbol actual.

Los clubes eran más cercanos, los jugadores eran más "humanos" y los aficionados más comprometidos. O eso me lo parece.

Si tuviera que elegir una época, sin duda me quedaría con aquellos años 80. Sólo nos faltaba la champions que aún tardaría bastante tiempo. El presupuesto era más reducido entonces y los fichajes eran sobre todo nacionales. Los Gordillo, Maceda, Buyo, Bonet, Valdano, Tendillo ....

Hoy tenemos una mezcla de calidad, compromiso y chulería dificil de digerir.


Segundo artículo de la serie

http://www.ecosdelbalon.com/2018/01/historia-quinta-del-buitre-real-madrid-espana-revolucion-futbolistica-ii/ 

LA QUINTA DEL BUITRE: FUTURO, PRESENTE, PASADO (II)

El Mundial de Mexico había refrendado el estatus de varios de los jugadores madridistas. Especialmente Valdano, que llevaba dos temporadas a muy buen rendimiento, se consagra como un delantero de primer nivel. Sin embargo, el campeonato deja también una consecuencia desastrosa para la plantilla blanca: Antonio Maceda se lesiona de gravedad y no volverá a jugar con el club. Así pues, el que estaba llamado a ser pilar defensivo madridista para el siguiente lustro pasa en blanco tres de los cuatro años de su contrato. Se retirará en 1989, incapaz de haber superado su lesión. La búsqueda del sustituto de Maceda será uno de los constantes culebrones para el Madrid cada verano. Hallar un recambio para un jugador de esa categoría no era fácil, y realmente no se encontraría hasta el momento en que Fernando Hierro pasa a la posición de central varios años después. Mino, el primer hombre firmado para acometer esta tarea, decepcionó. Era un central fuerte, pero carente de la calidad del saguntino Maceda, y no triunfaría en el equipo. Junto a Mino, el otro fichaje de ese año es Paco Buyo, un agilísimo portero que pronto se convertirá en ídolo de la afición. Llega del Sevilla para sustituir a los retirados Miguel Ángel y García Remón y su carácter, sus locuras de cuando en cuando y su capacidad para aparecer en los momentos importantes le consagrarán en el Bernabéu.

LA QUINTA. EL PRESENTE

En todo caso la firma más significativa del verano del 86, aparte de la que convierte a España en miembro de la Comunidad Económica Europea, se da cuando Leo Beenhakker, un holandés con experiencia en el Ajax y el Zaragoza, asume el mando del equipo. Con él, el Madrid alcanzará su juego más brillante en un trienio que debería traer la Copa de Europa a Concha Espina. Había equipo y había juventud para lograrlo. Con Beenhakker el Madrid se convertirá en un equipo con mil caras. Cada cambio, cada jugador que entraba en el equipo hacía variar el esquema. El Madrid empieza a jugar más dependiendo de los roles del jugador que de una formación concreta. Aunque el sistema base será el 4-3-3, los roles de Michel y Gordillo y la presencia de Valdano harán que el Madrid sea un equipo distinto cada vez que salte al césped. Pero la idea era la misma: tener la pelota, ser verticales y atacar.

En la Liga, el Madrid no empezó bien y parecía que el Barcelona de Venables le podía ganar la partida. Los culés habían fichado al máximo goleador del Mundial y uno de los futbolistas de moda en Europa, Gary Lineker, y junto a él otro ariete británico de campanillas, el galés Mark Hughes. Con Schuster moviendo al equipo, el conjunto de Venables parecía un sólido candidato a hacerse con el campeonato, que estrenaba un curioso formato, el llamado play-off, que extendería la duración del mismo en diez partidos más, con una mini liguilla entre los seis primeros clasificados. En el plano europeo, el que más atraía al Madrid, el equipo comienza bien, aplastando al Young Boys suizo antes de coronar a Buyo en una eliminatoria victoriosa ante la Juventus. Fue un doble duelo de poder a poder, con un gol de Butragueño dando ventaja al Madrid tras la ida.

En Turín, un tempranero gol de Cabrini empató las cosas, y aunque el Madrid realizó un buen partido, falló bastante y ambos equipos se vieron abocados a la tanda de penaltis. Beenhakker hizo que Valdano, que jugaba por la derecha del ataque, retrasase su posición al medio del campo cuando la Juve tenía a pelota, recuperando su posición en el ataque cuando eran los blancos quienes tenían el cuero. Esto obligaba a Manfredonia o Bonini a retrasarse para ayudar a la línea defensiva, dejando al Madrid con superioridad en el medio. Ahí apareció la pausa de Ricardo Gallego y las internadas en los costados de Michel y Gordillo. Esa línea de tres nominal no lo era, como venimos explicando, y tanto el madrileño como el extremeño tenían libertad para incrustarse en el medio, ayudando a Gallego, o para abrirse en las bandas. No era fácil que los italianos les siguiesen de cerca. En la defensa, Sanchís y Camacho marcaban a Serena y Laudrup, los atacantes bianconeri, mientras Chendo, al igual que en el Bernabéu, fue el encargado de seguir a Michel Platini. Con el lateral murciano marcando al francés, no era raro ver a Michel de vez en cuando ocupando su lugar en el carril derecho, o a Sanchís caer a ese lado mientras Gallego tomaba a Serena temporalmente. De lo que vemos reflejado en las tácticas de futbolín de los periódicos a lo que pasa en el campo media un abismo. Y en pocos casos ha sido esto tan acusado como con el equipo de la Quinta. En los penaltis, la cosa no pintaba bien cuando Hugo Sánchez falló el suyo, algo nada común, pero ahí apareció Buyo para detener dos y dar el pase a su equipo, refrendando de paso el acierto de su fichaje.

En cuartos de final, se produjo un duelo de alto voltaje con el Estrella Roja. En Belgrado, los yugoslavos dieron un recital, derrotando al Madrid por 4-2. El equipo rojiblanco, que empezaba a incubar el proyecto que desembocaría en su victoria europea de 1991 estaba liderado por el joven Stojkovic, de 21 años, y que pertenecía a una fantástica generación de talento que aparecía por el continente en esa época: Scifo, los miembros de la Quinta, Hagi, Laudrup, Giannini, Vialli y Mancini, van Basten… Gozaba de buena salud el juego en Europa. Al lado de Stojkovic destacó Mitar Mrkela, un extremo velocísimo al que Mendoza echó el ojo -aunque nunca cumpliría con las expectativas generadas- y un centrocampista lento, pero que controlaba el ritmo del juego a su antojo. Milan Jankovic fue uno de esos directores de juego que hacían lo que debían en los 80 pero que nunca fueron valorados en su justa medida porque su fútbol no era el que imperaba en la época. Si hubiese jugado veinte años más tarde no tendría precio. En el Bernabéu, el Madrid fue capaz de remontar, siguiendo con la tradición de anteriores años, pero Jankovic había comprado su billete para Madrid. El yugoslavo, recién cumplidos los 27 años, recibió el visto bueno de las autoridades de su país para abandonar el fútbol nacional en enero de ese mismo año. Poco podía imaginarse que, apenas un mes después de jugar contra el Madrid, se vestiría de blanco.

El Real Madrid fue aprendiendo a competir sobre la marcha en la Copa de Europa.

Durante el invierno el Madrid comenzó a apretar el acelerador, lo que le permitió disputar el título con el Barcelona. Con la base creada por Molowny y las ideas de Beenhakker, el equipo recuperó el tono y el fútbol comenzó a fluir. Pero un contratiempo alteró los planes del madridismo cuando Jorge Valdano contrajo hepatitis. Su último partido con el Madrid fue precisamente aquel partido de vuelta ante el Estrella Roja. No volvería a vestirse de corto. Milan Jankovic llegó para sustituirle, ocupar su plaza de extranjero y hacerse con los mandos del centro del campo del Madrid. Las piezas para la mejor versión de esa generación estaban sobre el tapete. Pero la andadura en Copa de Europa ese año se acabará en semifinales. El Madrid debe enfrentarse al Bayern y, como prácticamente cada vez que viaja a Alemania, el partido es un completo desastre. Empezando por la incapacidad de Mino en el centro de la defensa y siguiendo por el lamentable -y célebre- pisotón de Juanito a Matthäus tras una tremenda falta de este a Chendo. Tarjeta roja y posterior sanción de la UEFA. El último partido del ídolo madridista en Europa. El Madrid, para colmo, perdió 4-1 y ni siquiera la reciente buena racha de remontadas europeas en la caldera del Bernabéu influyó en los bávaros. Tan cómodos se sintieron que Augenthaler regaló una mítica imagen, haciendo los cuernos a la grada. Los teutones pasaban a la final, que perderían ante el sorprendente Oporto de Paulo Futre y Rabah Madjer. Para el Madrid había sido una buena primera experiencia en la máxima competición continental. Había tiempo. Liberados de la tensión europea, el conjunto de Beenhakker ganó la liga con tres puntos de ventaja sobre el Barcelona.

En ese verano del 87 el Madrid sigue con su búsqueda del sucesor de Maceda y del Valencia llega Miguel Tendillo, un defensa internacional con buen pie y experiencia. Es, sin ninguna duda, un recambio mucho más adecuado que Mino, y Tendillo se convertirá en un comodín para el equipo, jugando de central y de lateral con mucha solvencia. También llega Paco Llorente, sobrino del mítico Paco Gento. Llorente se desvincula del Atlético de Madrid mediante la cláusula de rescisión, convirtiéndose en el primer futbolista español en hacerlo. El rapidísimo extremo se convertirá en el arma secreta del Madrid durante esta temporada y aportará al equipo lo que se suponía que Mrkela haría de haber fichado. Sin Valdano, Beenhakker opta por dejar el ataque a Hugo Sánchez y Butragueño. El mexicano, que venía jugando un poco escorado a la izquierda empieza a ocupar el centro y el Buitre tiene libertad para venir a recibir y moverse por el frente de ataque. Formarán una pareja que se compenetrará a las mil maravillas. El madrileño estaba ya plenamente asentado como una estrella europea. Ese año quedaría tercero en la votación del Balón de Oro, al igual que había hecho el año anterior. El premio Bravo al mejor jugador joven de Europa lo había ganado los dos años antes, lo cual dice mucho de su categoría, ya que hemos repasado en este artículo quienes eran sus compañeros de generación. Con Hugo en el equipo, el Buitre se convirtió en un asistente de lujo, un jugador que atraía marcajes y hacía más fácil la vida de sus compañeros. También marcaba, por supuesto, y era especialmente hábil en los espacios cortos dentro del área. Butragueño se paraba y amagaba sin amagar -amago neutro-. Arrancaba y ya no podías pararlo. Así marcó uno de sus goles de cabecera, al Cádiz en febrero del 87, subiendo la línea de fondo a base de pura calidad y picardía.

Michel y Hugo Sánchez realizaron, a su manera, lo que en la NBA estaban haciendo Stockton y Malone.

Por su parte, Míchel también era una figura consolidada, clave en el mediocampo del Madrid y la selección. Su extraordinario despliegue le permitía jugar más como interior o también pegado a la cal, donde sus centros con la derecha estaban entre la élite mundial. Michel para Hugo se convirtió en el Stockton to Malone del fútbol. Sanchís estaba en la misma posición, indiscutible en su interpretación del rol de defensa central. No era muy fuerte, ni especialmente rápido, pero era tremendamente inteligente, leía bien los espacios y medía los tiempos de manera excelente. Subía con criterio y era siempre un recurso para mover la pelota en el mediocampo. ¿Y Martín Vázquez? Para el centrocampista, el miembro más joven del grupo, esta será la temporada de su consolidación. Ya había jugado regularmente los años anteriores, pero el esquema con tres centrocampistas y la presencia de veteranos con más galones le restaba protagonismo a su indudable calidad. Sin Valdano y sin Juanito, una cuarta plaza de centrocampista se abrió y ahí es donde Martín Vázquez va a entrar y brillar. Con Michel más en la derecha y Gordillo más en la izquierda, Jankovic se hará con el timón del equipo y Rafael será su acompañante. Llegará con claridad a zona atacante, caerá incluso a la izquierda en ciertos momentos y se convertirá, paso a paso, año a año, en la mejor fuerza creativa del Madrid. Una vez más, es el tipo especial de jugador que eran Gordillo y Michel el que permite al equipo blanco tener amplitud en las bandas -sin tener unos laterales especialmente atacantes- y ser fuerte en el medio.
La Liga será un paseo, ganado con once puntos de ventaja sobre el más inmediato perseguidor, la Real Sociedad, que vivirá una pequeña resurrección de sus ilustres veteranos, estando dirigida por uno de los entrenadores de moda en España, John Benjamin Toshack, el galés ex delantero del Liverpool. El Madrid oirá más sobre él y su fútbol simplón en el futuro. El Barcelona, que otros años había dado guerra, quedó sexto, hundido entre problemas internos. Los madridistas arrasaron en un campeonato que nunca estuvo en duda, marcando 95 goles y encajando solo 26. Este es seguramente el mejor Madrid de todo el ciclo, y su trayectoria durante el año se puede considerar impecable. Es por ello que cuando el bombo de la Copa de Europa decidió ponerle a prueba, el Madrid respondió como el campeón europeo que todo el mundo pensaba que iba a ser.

Los partidos ante Diego Armando Maradona fueron la primera bomba de aquella Copa de Europa.

Las emociones fuertes empezaron bien pronto, ya que en primera ronda tocó ni más ni menos que el Nápoles de Maradona, flamante ganador de la poderosa Serie A. Para más inri, el Madrid tuvo que jugar su partido de ida en el Bernabéu a puerta cerrada, debido a una sanción de la UEFA por incidentes en la eliminatoria contra el Bayern el año anterior. Allí se produjo uno de los momentos más conocidos de toda la historia de este equipo, cuando Chendo fue encargado de marcar personalmente a Maradona. El murciano era un habitual de estas lides, pero Maradona eran palabras mayores y se temía que este duelo desequilibrase la balanza. Y lo hizo. El de Totana realizó un trabajo perfecto sobre el astro argentino y hasta se permitió el lujo de tirarle un caño. El día en que los pajaritos dispararon a las escopetas, dijo Valdano. Michel y Fernando de Napoli en propia puerta sellaron un 2-0 esperanzador. Pero faltaba ir a San Paolo, en un ambiente muy caldeado, y contra un equipo que tenía todo para ser un aspirante al título europeo. Esta prueba de fuego la superó bien el Madrid, a pesar del tempranero gol de Francini para los partenopeos. El Buitre empató justo antes del descanso y calmó los ánimos. A pesar de la presión italiana en la segunda parte, el equipo aguantó bien. Beenhakker cambió a una defensa de tres centrales con la entrada de Mino por Gallego en el descanso usando a Chendo y Solana como carrileros de marcado carácter defensivo. También Jankovic sustituyó a Martin Vázquez para matar el ritmo del partido y que no se jugase más -¿suena familiar esto?-. El Madrid pasaba de ronda, y allí esperaba el campeón en título, el Oporto. Y como un campeón cayeron los portugueses, haciendo sufrir lo indecible al conjunto merengue. Se adelantaron en Madrid con un gol de Madjer, su gran ídolo y héroe de la Copa de Europa el año anterior. Solo un arreón en los últimos 20 minutos del Madrid pudo obrar la remontada. El técnico holandés tuvo que recurrir a Santillana, el viejo guerrero, y también a Paco Llorente que entró sustituyendo a Martín Vázquez -este todavía era el primer cambio casi siempre, no importa lo que quisiese hacer el entrenador-. Llorente mostró indicios de que iba a ser una pesadilla para la defensa portuguesa y con goles de Hugo Sánchez y Sanchís el Madrid llevó a As Antas una mínima ventaja. En Portugal se sufrió un calvario, con un Porto dominante que de nuevo se adelantó y una vez más tuvo que recurrir Beenhakker a Paco Llorente. Retiró a Solana en el descanso e introdujo al sobrino de la Galerna del Cantábrico para jugar de extremo izquierdo. Gordillo pasó a jugar de lateral, posición a la que mucha gente lo asocia pero que rara vez ocupó en el Madrid. Y ahí empezó el show de Paco Llorente, que con su velocidad supersónica pareció más Gento que nunca y martirizó a la defensa portuguesa con su desborde, sus internadas y sus centros al área. Míchel, otro que hizo un partidazo opacado por las heroicidades de Llorente, asestó dos golpes que tumbaron definitivamente al campeón de Europa.

Hacía su aparición el Bayern de Munich, subcampeón europeo, viejo enemigo del Madrid. El bombo ya estaba claro que no iba a soltar ninguna perita en dulce. La pesadilla del año anterior parecía repetirse en Munich cuando diez minutos fatídicos colocaban a los alemanes tres a cero. El Madrid fue capaz de capear el temporal y en un esfuerzo final marcar dos veces gracias a Butragueño y Hugo. Se salía vivo de Munich y se había dado una lección de serenidad y madurez. Pero había que rematar en el Santiago Bernabéu. Con una de las alineaciones más fácilmente situables en el campo de todo el ciclo -Buyo; Chendo, Sanchís, Tendillo, Camacho; Míchel, Gallego, Jankovic, Gordillo; Butragueño, Hugo Sánchez-, el Madrid dio matarile también a ese fantasma alemán. No había dudas de que ese año debía caer la Orejona. Quedaban en el bombo el Madrid, el Benfica, el Steaua de Bucarest y el PSV Eindhoven. Parecía escrito, todos buenos equipos, todos con calidad, pero ninguno con los argumentos del Madrid. Este era el año.

La eliminación más dolorosa de su historia. El partido que la Quinta no podía perder.

No pasaba por la cabeza del Madrid el ser superado en lo técnico. De hecho, podemos afirmar que no hubo equipo abrumadoramente superior a los blancos en el plano técnico en todo el ciclo. Pero el plano táctico era otra cosa. La libertad con la que jugaba este equipo, la fluidez con la que interpretaban sus posiciones, la confianza ciega en su capacidad para marcar, todo lo que los convertía en intocables en España, los acercaba a la derrota un poquito más en Europa. Eran tiempos de equipos férreos, tremendamente disciplinados donde el talento se abría camino para decidir, no al revés -que era la manera en que jugaba el Madrid-. Contra el PSV en el Bernabéu el Madrid se ve superado por un equipo que tiene un plan. Lo tiene desde siempre y lo va a imponer a cualquier costa. Que le pregunten a Jean Tigana, renqueante, al que Gillhaus remató de un patadón para liquidar la eliminatoria contra el Girondins. Esto le costará una sanción al jugador cuando se descubra la jugarreta –y otra a Koeman, por contarla-. Pero les daba igual. A carácter y a mala leche había pocos que les ganasen. Estaba van Breukelen, un portero tocado por una varita mágica y Soren Lerby, un centrocampista danés de ida y vuelta, con mucha calidad y con aún más mala sangre. Y estaba Ronald Koeman, un defensa que podía jugar de pivote, con un desplazamiento en largo como se había visto pocas veces y con un disparo a puerta como no se había visto nunca. En la Castellana empataron pronto el gol de Hugo Sánchez y nunca miraron atrás. Ese gol valía doble, valía oro y, con el Madrid en un estado de aturdimiento, el PSV pudo hacer aún más daño. Su planteamiento defensivo se basó en tres marcajes individuales a Butragueño, Míchel y Gordillo por parte de van Aerle, Heintze y Gerets, y el resultado fue que al Madrid, excelente durante toda la temporada, le faltó fluidez. Aun así, pudo haber ganado el partido merced a un cabezazo del ariete mexicano que van Breukelen salvó espectacularmente. Había que ir a Eindhoven y el resultado no era desastroso, pero moralmente el Madrid salió tocado del Bernabéu.

En la vuelta el Madrid salió con un 3-5-2 destinado a tener la pelota y dominar. Chendo, Sanchís y Tendillo jugaban en el fondo, mientras Michel, Martín Vázquez, Gallego, Jankovic y Gordillo lo hacían en el medio, con la delantera habitual. El PSV, sin Koeman sancionado por el affaire Gillhaus, dio entrada al veteranísimo Willy van de Kerkhof como líbero. Su 3-5-2 era el mismo que el madridista, pero sus intenciones las contrarias. Defender ordenadísimos y tratar de cazar una contra. El Madrid salió a tener la pelota, con calma, buscando sus opciones y procurando no quedar expuesto, y así fue como llegaron las primeras ocasiones, especialmente una de Butragueño que elevó la pelota por encima de van Breukelen, perdiéndose esta por encima del larguero. En las demás el portero holandés estuvo soberbio. Conforme pasaban los minutos, el Madrid empezaba a desesperarse ante un gol que no llegaba y el PSV contó con dos buenas ocasiones: un disparo al palo de Lerby y un uno contra uno desperdiciado por Vanenburg. Tras estos sustos, el Madrid tocó a rebato. Santillana y Paco Llorente entraron y los blancos dejaron solo a Chendo y Sanchís como defensas. Las ocasiones se sucedieron, especialmente un cabezazo de Butragueño y una chilena de Hugo Sánchez, pero el gol nunca llegó. Cuando Bruno Galler pitó el final algo decía a los madridistas que, aunque el equipo entraba en plenitud en ese momento, la gran oportunidad para ganar la Copa de Europa se había esfumado. El vestuario era un mar de lágrimas y las críticas arreciaron, especialmente para Beenhakker y para Buyo, desafortunado en el gol holandés en Madrid. Por su parte, Santillana se retiraba y lo hacía con el terrible sabor de boca que dejaba el ser el mejor equipo del año en Europa pero no haber sido capaz de alcanzar el claro objetivo de la temporada. Se avecinaba un verano movidito, con cambios que pretendían insuflar nuevas energías en el proyecto pero que, en el fondo, cavaron un hoyo más hondo.

Aquel verano se producirían varios cambios. El más importante: la llegada de Bernd Schuster.

El más importante de estos cambios, uno muy impopular en el vestuario madridista, fue la salida de Milan Jankovic. El yugoslavo era el metrónomo del equipo, pero Mendoza, ya embarcado en una política paternalista con los miembros de la Quinta –renovaciones millonarias para evitar la amenaza de la siempre pujante Serie A-, decidió no dejar pasar la oportunidad de incorporar a Bernd Schuster, que había salido del Barcelona y seguía siendo un centrocampista de la máxima categoría. El alemán tenía una visión de juego privilegiada y su capacidad con la pelota parecía encajar perfectamente con la filosofía del equipo. Pero era menos trabajador que Jankovic y el equipo se resintió defensivamente. Además, el alemán comenzó a aglutinar todo el juego de los blancos, se convirtió en la torre de control del equipo, algo que antes no ocurría, ya que la pelota se compartía entre los muchos y talentosos centrocampistas merengues. El Madrid se convirtió en una versión más radical del que tan buen trabajo había hecho en los anteriores tres años, una apuesta total por la pelota y el ataque, casi sin plan B, más allá de las clásicas carreras de Paco Llorente. Se profundizó hasta el límite en un estilo de fútbol que estaba a punto de morir y que el Madrid, al final de este año, se llevó a la tumba. La sensación, más allá de la terrible decepción de Eindhoven es que todavía al Madrid le quedaría algún intento serio de asaltar el cetro europeo. Poco sabían que en el horizonte asomaba un monstruo que iba a cambiar el fútbol para siempre.

La Liga, un año más, es un paseo. El Madrid la gana con cinco puntos de ventaja sobre el Barcelona de Johan Cruyff que, recién llegado, se pasa más tiempo peleándose con el establishment culé para intentar imponer sus ideas que haciendo cualquier otra cosa. Los blancos pierden un solo partido en todo el campeonato y, como pasaría durante todo el lustro, usan la liga simplemente como esos partidos que se juegan entre eliminatorias de Copa de Europa. La obsesión era tan enorme que el título se celebra tibiamente. Un trámite. Otro día en la oficina.

La competición europea ve al Madrid deshacerse sin problemas del Moss oruego y pasar un susto terrible contra los polacos del Gornik Zabrze. Los blancos habían ganado 0-1 en Polonia y salieron relajados en la vuelta. Los polacos, jugando a una velocidad sorprendente se adelantan y llegan a remontar la eliminatoria, antes de quedarse sin fuelle y perder 3-2. Cuando el Madrid apretó el acelerador en la última media hora hizo lo que quiso, pero sin dar el 100% pasó por momentos muy apurados. Algo que obviamente sonará familiar a los madridistas actuales. En cuartos de final se obtuvo la deseada revancha ante el PSV, lo que insufló moral al conjunto blanco. Fue esta la eliminatoria en que Beenhakker se atrevió a sentar a Butragueño en la vuelta. La reprimenda de Mendoza es bien conocida. Butragueño es patrimonio del Real Madrid. No vuelva usted a jugar con él. Mientras, el ogro milanés no lo parecía tanto. Habían sufrido lo indecible ante el Estrella Roja. Incluso habían sido beneficiados por la decisión de repetir un partido suspendido por la niebla. Tras empatar 1-1 en San Siro, el Estrella Roja iba ganando 1-0 y el Milan estaba con diez hombres cuando el árbitro suspendió el partido por la niebla. La UEFA ordenó repetir el partido entero de nuevo y empezando a cero. El Milan consiguió empatar y pasar en los penaltis. Luego, en cuartos los italianos apenas habían ganado 1-0 al Werder alemán.

El Milan representaba un futuro que todavía no había llegado y que revolucionaría el fútbol.

La ida en el Bernabéu dejó entrever detalles ya familiares. El Madrid empezó con seriedad y hasta se adelantó con un gol de Hugo Sánchez al borde del descanso. Pero, al igual que había pasado el año anterior con el PSV, el partido se juega en los términos que quería el otro equipo. El Milan, jugando su novedosa y asfixiante presión, además de una casi infalible trampa del fuera de juego, ahogaba al Madrid. Los rossoneri tuvieron ocasiones que fallaron, pero al final, un espectacular cabezazo en plancha de van Basten, conectando con el esférico a una altura bajísima batió a un nuevamente desafortunado Buyo. Los fantasmas de Eindhoven reaparecían, y la cantidad obscena de fueras de juego en los que incurrió en Madrid -prácticamente a voluntad de un Baresi que levantaba la mano y daba por cerrada esa jugada madridista- hacían ver ya la frustración e impotencia blanca.

En la vuelta en Milán, el partido se empezó a ganar desde antes incluso del pitido inicial. Gullit siempre comenta que vio el miedo en los jugadores madridistas. Quizá algo se olían. Pero no se puede achacar lo visto en San Siro a una mala planificación táctica del Madrid. De hecho, su planteamiento es de una lógica abrumadora, aunque muy naïve. Y naïve es lo último que la Copa de Europa te permitía ser. Beenhakker sentó a Miguel Tendillo y decidió jugar con Gordillo de lateral. Como ya hemos dicho, en el Madrid el Gordo hizo de muchas cosas pero de lateral no era como más brillaba. Junto a él, Chendo en la derecha, Sanchís y Gallego en el centro de la defensa. Por delante Schuster, con Michel y Martín Vázquez. Este planteamiento solo puede responder a la intención, a la necesidad de tener la pelota que tenía el Real Madrid. Arriba Hugo y Butragueño, este con movilidad, y Paco Llorente ocupando la banda izquierda, para dar amplitud al ataque madridista. Tener la pelota y percutir, especialmente con la velocidad de Llorente, el hombre que con esas características podía hacer daño a la línea de cuatro defensas de Sacchi. El Madrid comenzó de manera correcta, serio y bien plantado en el campo. Pero al contrario que en Madrid, el Milan no perdonó sus primeras ocasiones y con el 2-0 comenzó la pesadilla. Salieron a flote todas sus debilidades de carácter. Hugo y el Buitre estaban aislados en ataque, Michel y Martín Vázquez devorados por el agresivo centro del campo de Sacchi, Llorente corriendo como un pollo sin cabeza y Gordillo superadísimo en su posición de lateral. El tercer gol cayó antes del descanso y, por pura caridad, el Milan decidió dar por finiquitado el encuentro a la hora de juego. Cinco goles en las redes de Buyo. La última media hora fue oscura y triste, con un Milan que jugueteaba con un Madrid en estado de absoluto shock. Fue la victoria de la confianza y del hambre ante un equipo que, técnicamente no tenía nada que envidiar a ningún otro, pero al que sus fantasmas y su visión del juego condenaron. Lo habíamos dicho, el Madrid apostó todo por el fútbol en el que creían, el ataque, la pelota. Un juego que estaba a punto de morir y que se los llevó a la tumba, atropellados por un Milan que representaba el nuevo paradigma. La Quinta, apenas dos años después de aquella semifinal contra Bayern que despertaba la ilusión del madridismo, estaba muerta en Europa. Y con ella murió Beenhakker, que perdió su puesto en detrimento de John Toshack.

Bajo la dirección del galés, y con la inercia de un equipo que jugaba de memoria, el Madrid destrozó la liga 89-90. Como si toda la rabia contenida por Eindhoven y Milan se pudiese traducir en goles, un alud de ellos aplastó a los competidores en el campeonato doméstico. Nueve puntos de ventaja sobre el segundo, 107 goles marcados, Hugo Sánchez Bota de Oro con 38 goles, Martín Vázquez mejor jugador -algo que le valdría un suculento contrato en Italia-. Cinco ligas seguidas. Nada servía. El Milan había vuelto a cruzarse con el Madrid en octavos de la Copa de Europa. De nuevo derrota en Milan, esta vez por 2-0, pero a pesar de ganar 1-0 en Madrid gracias a un gol del Buitre, los blancos estaban fuera de nuevo. Esa generación no iba a ganar la Séptima.

LA QUINTA. EL PASADO

Casi sin darse cuenta, el quinquenio mágico había pasado. Cinco campeonatos ligueros consecutivos y dos Copas de la UEFA eran el bagaje, imposible de alcanzar en los mejores sueños de la mayoría de clubes, pero la sensación de fracaso era evidente. Tras el Mundial de Italia, el que inició la nueva década y selló el advenimiento de una nueva era para el fútbol, la situación del equipo era de estar en tierra de nadie. Michel, Butragueño y Sanchís apenas llegaban a los 27 años, pero las experiencias del lustro pasado les dejaban marcados como jugadores que ya habían pasado su mejor momento. Gordillo tenía ya 33 y su forma física era mala. Las lesiones empezaron a llegar a un plantel que había jugado cinco años a un ritmo infernal. Martín Vázquez había dejado el club. Parecía impensable que un miembro de la Quinta se fuese, a tenor de los suculentos contratos que Mendoza les había firmado, pero el centrocampista, siempre el patito feo entre los cuatro hijos predilectos del madridismo, había decidido emprender la aventura italiana. El Torino le ofreció un gran contrato y la posibilidad de probarse en la mejor liga del mundo, especialmente tras su gran temporada anterior y su buen Mundial en tierras italianas. También se había ido Ruggeri, tras solo un año intentando apuntalar la zaga para que los atacantes volasen. Fernando Hierro se asentaba como una opción en el centro del campo y también en la defensa. Con la caída del comunismo el talento proveniente del otro lado del Telón de Acero inundó Europa occidental, y a Madrid llegaron Predrag Spasic, un rocoso defensor yugoslavo que había hecho un gran marcaje a Butragueño en el Mundial, y sobre todo Gica Hagi, el genio rumano llamado a tomar el relevo de Martin Vázquez. Hagi llevaba tres años a un nivel tremendo en el Steaua de Bucarest y había sido serio candidato al Balón de Oro antes de que el Milan destrozase sus ilusiones y las de su equipo como había hecho con las del Madrid. Pero Hagi no era el conductor de juego que era Martín Vázquez, sino un jugador más individualista, más de chispazos, con mucha más llegada a gol, pero menos constante que el madrileño. El Madrid todavía tendría su pequeña excursión europea, que acabó en una desastrosa eliminación contra el Spartak de Moscú, pero ya había un nuevo sheriff en la ciudad. El Barcelona de Cruyff arrasó ese año en la liga con un fútbol muy del estilo de la Quinta del Buitre. Con obsesión por la pelota y el ataque, pero más radical en su propuesta si cabe. Ese sería el nuevo status quo en España para el siguiente lustro. Un Barcelona brillante, con capacidad económica para traer grandes extranjeros y buenos jugadores nacionales, y un Madrid renqueante, a lomos de sus viejos rockeros y haciendo apuestas por jugadores de talento que no acabaron de rendir lo que se esperaba, como Robert Prosinecki. La grave lesión de Hugo Sánchez añadió solo un nuevo problema a un equipo al que le crecían los enanos y que no se contentaba con esperarlos, sino que además se creaba nuevos problemas él solito. Como cuando Radomir Antic fue cesado cuando era líder de la Liga porque el juego que practicaba su equipo no cumplía con los estándares a los que el Bernabéu se había -mal-acostumbrado a finales de los 80. Aun así, bien cerca estuvieron los madridistas de levantar dos nuevos títulos ligueros, perdidos en increíbles circunstancias en Tenerife. Jorge Valdano, técnico tinerfeñista, se convertiría en una pesadilla para el Madrid en el ámbito nacional, al igual que lo haría el PSG en el internacional. Incluso el Torino de Martín Vázquez se permitió eliminar a los blancos en una semifinal europea, la misma noche en que Juanito, ídolo de ídolos, se mataba en la carretera tras ver jugar al Madrid.

Martín Vázquez volvería al Bernabéu para vestir de blanco y la Quinta siguió jugando, con más o menos continuidad, hasta que este se fue al Deportivo y el Buitre y Michel volaron a Mexico para acabar sus carreras en Celaya. Se puede decir que el fútbol sonrió un poco a esta generación cuando el último miembro de la misma, Manolo Sanchís, levantó la Séptima Copa de Europa en Amsterdam ante la Juventus. En ese momento se cerró un ciclo, se pasó de ser pasado a ser leyenda.

Fue una manera poética de cerrar un capítulo que marcó como pocos al Real Madrid. La Quinta del Buitre fue una excepcional generación de futbolistas y también un fenómeno social muy en la onda de la España que les tocó vivir. A través del fútbol practicado por esta generación se cambió la visión y el gusto por el juego en la afición española. La furia dejó de bastar y se empezó a reclamar técnica, inventiva, ataque y una cierta personalidad. La Quinta abrió las puertas a las siguientes generaciones de futbolistas españoles, especialmente a los centrocampistas técnicos. Abrió conceptos que luego el Barcelona de Cruyff mejoró e implantó en el subconsciente colectivo y creó, en definitiva, el fútbol moderno en España. Su manera de interpretar la táctica, más en torno al rol del jugador que en torno a su posición fue pionera. Era y es difícil posicionar a ese equipo en el campo y serían un excelente sujeto de estudio para los actuales mapas de calor y pass maps. Los jugadores pasaron a ser fenómenos sociales, no meros deportistas. Creó una ola de optimismo con respecto al deporte y sobre todo nos dejó una increíble cantidad de partidos divertidísimos. Porque si algo supo hacer la Quinta, para bien y para mal, fue entretener y hacer disfrutar a la gente.


Como no tiene hilo lo pongo por aquí:

Espero que este cobrando bien de la COPE y vender a quien te ha hecho lo que eres sea caro.

El Sanchis jugador si se encontrará al Sanchis comentarista se lo tendrían que llevar sujeto entre varios....

En la Junta de Florentino hay algún joven con garantías? Porque la mayoría son dinosaurios. Lo digo para que cuando lo deje el tito deje a un candidato de su confianza para hacer frente a este tipo, que hace unos años parecía seguro de presentarse y la campaña de la prensa la va a tener.

@Morty

En la Junta de Florentino hay algún joven con garantías? Porque la mayoría son dinosaurios. Lo digo para que cuando lo deje el tito deje a un candidato de su confianza para hacer frente a este tipo, que hace unos años parecía seguro de presentarse y la campaña de la prensa la va a tener.



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