LA FINAL DE EDEN, CÉSAR, PEDRO Y OLIVIER
En la previa de la final de la Europa League 2018-2019, Bruno Alemany, gran compañero y especialista en fútbol internacional de la Cadena SER, compartía por Twitter unas declaraciones de Maurizio Sarri, sobre su estrella, el belga Eden Hazard: “Durante los partidos, tener a Hazard en el equipo es un alivio, un placer. Pero durante la semana es un problema. Se aburre en los entrenamientos porque todo le parece demasiado fácil”. Para quienes comparten vestuario o sufren su juego, Eden Hazard ha alcanzado un estatus superior. Desde que salió del Lille, allá por 2011, el belga ha ido añadiendo consistencia y regularidad a un portfolio nacido para desequilibrar, conceptos que juntos definen a un crack: tomar buenas decisiones cada vez que se recibe al pie y siempre tomando riesgos. En Bakú, el ’10’ hizo honores a su estirpe y levantó la copa siendo la diferencia. Pero no lo hizo solo.
Eden Hazard, César Azpilicueta, Pedro Rodríguez y Olivier Giroud fueron los artífices de la victoria
Como comienzo del segundo párrafo pero también como recordatorio de su significado, Hazard, uno de los mejores futbolistas del mundo, sin rango numérico pero con aura y dimensión propias de rango mayor, jugaba para el Chelsea. Como después se demostraría, esta cuestión obligó al Arsenal a anticiparse a los problemas derivados de la participación, responsabilidad y apariciones que el belga haría, tarde o temprano. Con tal de partir con ventaja en el marcador antes de que éste comenzara a bailar por los picos del área, y contra lo expuesto en el análisis previo, Unai Emery detectó bien cómo crear un escenario de ventaja táctica a sus jugadores. El Arsenal, una vez el silbato sonó, se fue con descaro y convicción a por la salida de balón de Sarri. En esa decisión, dos ideas complementarias: un 3vs3 en medio campo, con Özil sobre Jorginho, y un acoso vertiginoso si el Chelsea, en lugar de salir en largo, lo hacía en corto pero por fuera al tener tapadas las recepciones interiores de su mediocentro e interiores. Allí, Emerson fue superado por el hombre más determinante de esos 20′: Maitland-Niles.
En ese contexto, se evidenciaron los problemas blue para defender el ancho con un sistema construido para relacionarse con el balón a todo campo. Emery, más avanzado el encuentro, gritaba a los suyos: “Cuando recuperamos, sacamos por fuera, por fuera!”. En las bandas se gestó la ventaja gunner, pues allí, en los costados, y con el Chelsea ocupando el campo en salida con el equipo abierto y estirado, no tenía ayudas ni repliegue preparado para igualar las subidas de Maitland-Niles y Kolasinac. Desde la presión y la superioridad numérica en la que el mediocampo de Sarri quedaba muy separado tras el robo, el Arsenal dominó el primer tramo del choque. Para su incomodidad, todo eso no se tradujo en ocasiones claras. Allí abajo, en las profundidades, el Chelsea guarda piezas que sacaron a flote al equipo, en especial un César Azpilicueta que viene siendo, hace tiempo, uno de los mejores especialistas defensivos del mundo, sumando la misma cantidad de concentración que músculo en sus piernas y mandíbulas. El navarro, uno de los mejores jugadores de la final, es pura defensa; un jugador que disfruta y siente defender. Su marca, cuerpo a cuerpo, sobre Lacazette fue mayúscula.
La parada de Cech en el 35′, paradójicamente, fue el desplome para el Arsenal. Dejó de competir
Desde aquí, la final se templó. Desde el 30′, el Chelsea conectó algunas combinaciones interiores que agitaron el carril central. A nivel de sistema, la libertad de Hazard, el papel más reservado de Pedro para dar pie a los movimientos del crack, y los apoyos y toques de Olivier Giroud, muy superior a Koscielny durante toda la cita, sirvieron de anticipo y aviso de lo que es una final, nunca despojada del miedo a perderla. En una precisa combinación posterior, que terminó con un disparo de Giroud y una mano técnicamente maravillosa de Petr Cech, se sintió un estruendo. Un desplome. Era la primera gran ocasión clara del choque y fue del Chelsea. Ese estruendo fue en silencio pero fue compartido. Desde ahí, al Arsenal se le cerró la glotis y se le activó la amigdala: la angustia comprometió su competitividad.
Los últimos diez minutos fueron el boceto de lo sucedido en la segunda mitad. El Chelsea tocó más tranquilo, el Arsenal cerró filas y perdió la iniciativa por la que nació su plan: estar preparado y con superioridad en el marcador para cuando Hazard comenzara a amenazar de verdad. Y eso ocurrió cuando el Arsenal más estaba fuera de su plan de partido, porque cuando compareció el 1-0, un testarazo extraordinario de un Giroud que en todo momento llegó antes, a todas las acciones, en posición e intención, que su par, su compatriota Koscielny, el Arsenal dejó de competir. La activación para corregir distancias, acompañar progresiones, cerrar segundos palos o corona del área se cayó por derribo y los goles se sucedieron. Junto a Eden y Azpilicueta, el mencionado Olivier, impoluto en sensibilidad y precisión, y un Pedro grande como pocos en momentos trascendentes completaron un título que no tuvo demasiada historia. Ganó el que tenía al mejor y a los más experimentados.